Del Aguatero al Sodero y al Aguatero 2.0 de hoy!

Una Historia de Sed y Burbujas en la Mesa Argentina.

Desde los tiempos de la colonia, con el pregón del aguatero resonando en las calles de tierra, hasta el familiar sonido del sifón en la mesa del domingo, la historia de cómo los argentinos calmaron su sed es también una crónica de progreso, costumbres y personajes entrañables que forjaron una identidad. El aguatero, figura esencial en el Buenos Aires virreinal, y el sodero, emblema de la vida cotidiana del siglo XX, representan dos postales inseparables del pasado y presente del país.

 

Los Tiempos del Aguatero: El Grito que Saciaba la Sed

 

Antes de la llegada del agua corriente, un servicio que la mayoría de los argentinos hoy da por sentado, el acceso al agua potable era un desafío diario. En la Buenos Aires de los siglos XVIII y XIX, y en muchas otras ciudades del interior, el agua para el consumo dependía de los aljibes, la recolección de lluvia y, fundamentalmente, del trabajo de los aguateros.

Estos hombres, en sus carros tirados por bueyes o caballos, se internaban en el Río de la Plata para llenar sus grandes toneles de madera. Luego, recorrían las polvorientas calles ofreciendo su vital mercancía al grito de "¡Agua, agüita fresca!". El agua del río no siempre era de la mejor calidad, pero para la mayoría de la población, era la única opción.

La figura del aguatero era una estampa característica de la época. A menudo de origen humilde, criollos o descendientes de esclavos, formaban parte del paisaje urbano y su labor era indispensable para la vida doméstica. Las familias compraban el agua por baldes o canecas, y su precio podía variar según la distancia y la demanda.

Este sistema precario de abastecimiento no estuvo exento de problemas. La calidad del agua era una preocupación constante, y las epidemias de cólera y fiebre amarilla que azotaron a Buenos Aires en el siglo XIX pusieron de manifiesto la urgente necesidad de un sistema de agua potable más seguro y eficiente. La paulatina instalación de redes de agua corriente a fines de ese siglo marcó el lento ocaso del oficio del aguatero, que fue desapareciendo de las ciudades a medida que el progreso se abría paso.

La Irrupción de la Soda: Una Revolución de Burbujas

 

Casi en paralelo a la despedida del aguatero, una nueva bebida comenzaba a conquistar el paladar argentino: la soda. Introducida por inmigrantes europeos a mediados del siglo XIX, el agua carbonatada rápidamente se popularizó, convirtiéndose en un complemento ideal para el vino y una bebida refrescante por sí misma.

Las primeras fábricas de soda, como "La Argentina S.A." que producía la famosa "Soda Belgrano", surgieron en Buenos Aires y otras ciudades importantes. Con ellas, nació una nueva figura: el sodero. Este repartidor a domicilio, con su característico cajón de madera cargado de sifones de vidrio, se convirtió en un personaje familiar en todos los barrios.

El sifón, con su cabezal de plomo y su chorro a presión, no era solo un envase, sino un objeto de culto familiar. El intercambio semanal de sifones vacíos por llenos se transformó en un ritual, y el sodero, en un confidente y amigo de la familia. Conocía a sus clientes por su nombre, sabía de sus alegrías y tristezas, y su visita era esperada con la misma regularidad que la del lechero o el panadero.

La edad de oro de la soda en Argentina se extendió desde la década de 1930 hasta bien entrada la de 1980. Durante esos años, era impensable una mesa familiar de domingo sin un sifón en el centro. La soda se utilizaba para "cortar" el vino, para preparar aperitivos y, simplemente, para disfrutar de una bebida con burbujas.

Carro del repartidor de soda de los años 40’s (El sifonero)

 

 

De la Declinación a la Reivindicación

 

Con la llegada de las grandes cadenas de supermercados y la masificación de las gaseosas y aguas minerales en botellas de plástico, el oficio del sodero pareció entrar en una etapa de declive. La comodidad de comprar la bebida en el supermercado y la practicidad de los envases descartables amenazaron con extinguir la tradición del reparto a domicilio.

Sin embargo, en los últimos años, se ha producido un resurgimiento y una revalorización de la soda y la figura del sodero. La búsqueda de productos más auténticos, la conciencia ecológica que impulsa el uso de envases retornables y un cierto aire de nostalgia han contribuido a este renacer.

Hoy, aunque su número es menor que en su época de esplendor, los soderos continúan recorriendo las calles de muchas ciudades argentinas. Los clásicos sifones de vidrio conviven ahora con los más modernos de plástico, pero la esencia del servicio se mantiene: la confianza, la cercanía y la calidad de un producto que forma parte del ADN cultural del país.

Del pregón del aguatero al chiflido del sifón, la historia de cómo los argentinos han bebido es un reflejo de su propia evolución como sociedad. Es una historia de esfuerzo, de adaptación y de la persistencia de tradiciones que, como las burbujas de una buena soda, se resisten a desaparecer.

Martín Correa