“El Señor del Agua”
Corría el año 2007. La Argentina, como siempre, era un vaivén de crisis y oportunidades. Para Martín, un joven de poco más de veinte años con más ganas que capital, la oportunidad tenía el sonido inconfundible del vidrio entrechocando en un cajón de plástico. Con sus ahorros y la ayuda de su padre, compró una Ford F-100 destartalada, de esas que parecen quejarse al arrancar pero que nunca te dejan a pie. Así empezó su carrera de sodero.
Los primeros años fueron una prueba de fuego, un bautismo en el duro rubro de la soda. La espalda de Martín aprendió a conocer el peso exacto de un cajón con 6 sifones de vidrio de 1 Litro cada uno . Sus manos, antes lisas, se curtieron y llenaron de callos. Cada mañana, antes de que el sol pegara fuerte, su camioneta ya recorría las calles del barrio, un traqueteo familiar para los vecinos que esperaban el reparto.
Martín no era solo un repartidor; era una presencia. Conocía a Doña Mabel, que siempre le ofrecía un mate, y a Carlos, el del taller, que le pagaba a fin de mes. Aprendió que la confianza valía más que cualquier contrato. Pero el oficio era demandante. Los veranos eran agotadores y los inviernos, una lucha constante por mantener el volumen de ventas. Veía a otros abandonar, vencidos por el esfuerzo físico y los márgenes cada vez más ajustados.
Con el paso de los años, Martín, con esa intuición que solo da el patear la calle, notó un cambio sutil en los pedidos. Cada vez más, junto al cajón de soda, le preguntaban: "¿Y agua en bidón no traés?". Al principio era una consulta esporádica, pero pronto se convirtió en un murmullo constante. La gente empezaba a preferir el agua baja en sodio, la comodidad del bidón de 20 litros.
No lo dudó. Invirtió parte de sus ganancias en los primeros bidones y en un dispenser usado que reparó él mismo. Dejó de ser solo "el sodero" para convertirse también en "el aguatero". El peso era distinto, la logística cambiaba, pero el principio era el mismo: servicio y confianza. La F-100 ahora cargaba un híbrido de pasado y futuro: los cajones de soda apilados junto a los imponentes bidones azules.
La verdadera revolución llegó con la popularización de los dispensers de agua fría y caliente. Martín vio que el negocio ya no estaba solo en transportar el agua, sino en facilitar su consumo. La gente no quería hacer fuerza para levantar un bidón pesado y darlo vuelta sobre un dispenser de plástico; quería la comodidad de un equipo que le diera agua a la temperatura perfecta con solo apretar un botón.
Fue su gran apuesta. Empezó a ofrecer el servicio de comodato: él proveía y mantenía el dispenser sin costo, a cambio de que el cliente le comprara exclusivamente el agua a él. Al principio fue con oficinas pequeñas, luego consultorios y finalmente, familias enteras. Se encontró aprendiendo de canillas, termostatos, resistencias y que otras averías sucedan. Cuando un dispenser fallaba, no llamaba a un técnico; iba él mismo con su caja de herramientas.
Hoy, casi dos décadas después de aquel primer reparto, el negocio de Martín se ha transformado. La vieja F-100 fue reemplazada por una camioneta más moderna y ploteada con su logo. Aunque sigue entregando bidones, su fuerte ya no es solo el reparto. Se ha convertido en un especialista.
Su pequeño galpón ya no solo alberga pilas de bidones, sino estanterías llenas de repuestos: canillas, serpentinas, conectores y motores de enfriamiento. Clientes de otros repartidores, e incluso competidores, a veces lo llaman para comprarle una pieza que no consiguen. Además, vende equipos nuevos, asesorando a familias y empresas sobre cuál es el mejor dispenser para sus necesidades. El servicio de comodato es el corazón de su empresa, garantizándole un ingreso fijo y una relación a largo plazo con sus clientes.
A veces, cuando está limpiando un bidón o cambiando un termostato, Martín sonríe. Recuerda el dolor de espalda de aquellos primeros años, el tintineo de los sifones y la incertidumbre de empezar solo. Ya no es el chico que cargaba cajones. Pasó de ser sodero a aguatero, y de aguatero a un técnico, un vendedor, un pequeño empresario. No cambió de rubro; el rubro cambió con él, y él tuvo la oportunidad, tenacidad y osadía de cambiar primero. Se convirtió, a fuerza de trabajo y adaptación, en el verdadero señor del agua de su barrio.
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